Un gen que estuvo "muerto" durante mucho tiempo volvió a la vida en algún momento de la evolución del linaje de grandes simios y humanos, hace unos veinte millones de años, y hoy desempeña una función muy relevante en la lucha inmunológica contra organismos patógenos.
EFE
Así lo afirma hoy un equipo investigador de la Universidad de Washington y del Howard Hughes Medical Institute en la revista "PLoS Genetics". El "gen de la lucha de la infección", el IRGM, se encuentra en el genoma del ser humano, del chimpancé, del gorila y del orangután, entre otras especies. La comunidad científica sabe desde hace tiempo que tiene una fuerte participación en el sistema inmunológico, en concreto en las rutas metabólicas de defensa. Frente a otros mamíferos, como los roedores que tienen tres copias del gen, el ser humano y los grandes simios sólo poseen una copia, ubicada en el cromosoma 5. En los roedores, el gen está activo desde hace 80 millones de años.
En la primera etapa de su evolución, los primates tenían múltiples copias de ese gen que fueron perdiendo hasta quedarse con un único ejemplar La última copia del gen "murió" en un antecedente común de las especies de monos del "nuevo" y el "viejo mundo" hace unos 50 millones de años, pero siguió heredándose a lo largo de miles de años. Las especies de monos pequeños, cuya separación de los humanos tuvo lugar bastante antes que la de humanos y grandes simios, tienen por tanto una copia del gen que está inactiva, "silenciada", "muerta".
En un ancestro común de los pequeños monos y los grandes simios la parte promotora del gen, esa que comienza el proceso de transcripción genética, se modificó debido a movimientos en el genoma, haciendo que desapareciera su utilidad.
Sin embargo, hace alrededor de 20 millones de años, un elemento móvil del genoma (son trozos de ADN que se copian a sí mismos en distintas localizaciones) se puso delante del gen inactivo, justo en el lugar donde faltaba el elemento promotor, y lo "resucitó".
En una entrevista telefónica con Efe, el investigador español Tomás Marques-Bonet, explicó que se ha pasado de tener una visión estática del genoma a entender que es muy dinámico, flexible, que cambia constantemente en términos de escala evolutiva. "Un gen se crea, se destruye, pero puede volver a crearse y reutilizarse", indicó.
La pérdida del área promotora del gen no tuvo consecuencias negativas para las especies de pequeños monos, ya que siguen vivos hoy día. Ahora bien, su "resurrección" permitió que las especies portadoras, con una inmunidad diferente, conquistaran nuevos territorios, ya que podían hacer frente a los organismos patógenos característicos de esos entornos. ¿Y por qué un gen muerto no fue eliminado del genoma de estas especies? "Las cosas que no molestan a un organismo, como pasa con el apéndice, pueden eliminarse o no. Como son neutros, no hacen bien ni mal y no van a estar sometidos a ninguna presión para permanecer o desaparecer", sostuvo Marques-Bonet. El experto, coautor del estudio junto a Evan Eichler y Cemalettin Bekpen, dijo que la "flexibilidad brutal" de la genética permite a ciertos organismos adaptarse a un entorno cambiante, pero también contribuye al desarrollo de ciertas enfermedades. Según Marques-Bonet, en el genoma humano existen multitud de genes silenciados que podrían volver a la vida y cambiar el curso evolutivo de la especie.
El gen IGRM es la prueba de que los genes no mueren nunca del todo y que la ciencia no ha de descartar su papel hasta que no hayan desaparecido del genoma. El IRGM pertenece a un grupo de genes que ayuda a los mamíferos a resistir los ataques de los gérmenes que tratan de invadir sus células, como los de la tuberculosis o la salmonella Su "resurrección" permitió que volviera a ordenar la síntesis de determinadas proteínas implicadas en la fagocitosis de los organismos patógenos que atacan al ser humano y a los grandes simios. La ciencia y la sabiduría de la naturaleza no dejan de sorprendernos.